jueves, 29 de julio de 2010

Olvidarlo, sería matarlo dos veces. Memorias de aquel 29 de Julio de 2000.

Caminaba de un lado al otro en la habitación. Como siempre, vestía con su indumentaria laboral, su vida era su trabajo. Desesperado, las gotas de sudor caían por cada una de sus arrugas, cada uno de sus lunares, por su cabellera, cada uno de sus rasgo faciales se veía invadido por la desesperación. Este último tiempo había sido insoportable, pobre hombre. Corría como un desquisiado de aquí para allá solo para buscar un poco de ayuda. Hoy ya ni los teléfonos le atendían.
El único que se animo a luchar con todos a refregárles en la cara que eran unos corruptos sin moral. Aquel al que nada importaban los honorarios, sino un trabajo limpio. Cada uno de sus trabajos fue destinado a la ayuda comunitaria, fue un precursor, un innovador, un maestro. Pero... ¿Cuánto de eso importaba? Nada. Ese tipo que ayer se animaba  triunfar y a lograr hoy no sabía como hacer para mantener sus proezas.
Obras importantísimas de calibres inpensados estaban a punto de ser tiradas por los mismos valores que habían ayudado a erguirlas. La honradez, el desinterés, la humildad, el profesionalismo. Palabras que muchos de los sinvergüenzas que sin duda habían ayudado para la situación actual del hombre no habían visto ni en revistas. Años y años de incontable y desinteresado esfuerzo tirados a la basura. Millones y millones de billetes anunciaban el próximo fracaso de tan maravillosa conquista. El sistema que se le imponía a alguien que nunca laburó en pos del mismo. Una sola desición quedaba por tomar, solo una. La menos querida, la menos buscada, la más sufrida, la más efectiva seguramente también.
Era hora de crear conciencia. Muchos otros caminos se podían tomar, pero solo uno redundará verdaderamente, durando en la conciencia colectiva durante años, décadas, siglos tal véz. Era hora de actuar, él ya tenía la próxima toma pensada, solo faltaba llevarla a escena. En su escritorio pasó sus últimos minutos. Sin vacilar y con ese fino trazo que lo caracterizaba comenzó a escribir. "No me queda otra opción.", "recuerdenlo por siempre", "salvarlos es mi único objetivo", "busquen, sueñen y actúen", "esta depresión me induce a esto" y muchas otras frases detalladas y sentidas se dejaban leer en ese pedazo de papel en el que residiría por siempre el legado del gran señor.
El momento cumbre llegó, la segura mano abrió el cajón y sacó lo que nadie hubiera imaginado ver en las manos de aquel buen hombre. Luego de examinarla durante unos minutos llevó al objeto maldito donde sería su posoción final. No duvitó un segundo más, el acto estaba más que meditado y ensayado. Presionó el gatillo y se puso fin a la vida de aquel buen hombre. La bala atravezó el órgano noble, deteniendo al instante la tan gloriosa como sufrida vida del respetado ciudadano. ¿Sería lo correcto? El tiempo lo juzgará.

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En memoria del Dr. René Gerónimo Favaloro (La Plata, Argentina, 12 de julio de 1923 - Buenos Aires, Argentina, 29 de julio de 2000).

1 comentario:

Unknown dijo...

Fue un placer leer cada una de tus palabras... Walt Whitman dijo una vez que era misión de los poetas vivos honrar y aprender de aquellos que los antecedieron, de los poetas muertos... Coincido totalemte con esa frase creo es un deber de los que seguimos aquí recordar a aquellos hombres con valores y principios que nos demostraron que la vida puede ser distinta, que nos enseñaron con su ejemplo lo que significa ser honrado, honesto, solidario, empático y un largo etc.
Gracias fue un placer leer tu blog!
Un fuerte y cálido abrazoo!